Los belgas han aceptado el nombramiento del
socialista Elio Di Rupo, abiertamente gay, como primer ministro, alemanes y
franceses han confiado en Klaus Wowereit y Bertrand Delanoë, respectivamente,
como alcaldes de Berlín y París, y los islandeses hicieron primera ministra a
Jóhanna Sigurðardóttir, abiertamente lesbiana.
Son varios
los políticos en Europa que han accedido a cargos de responsabilidad
consiguiendo el apoyo del electorado sin problema ninguno por su orientación
sexual. Se va abriendo camino hacia la igualdad y contra la homofobia. Y si no
que se lo digan a los polacos. Anna Grodzka es la primera mujer transexual
elegida diputada en Polonia. Un caso excepcional si tenemos en cuenta que el
90% de los polacos son católicos apostólicos romanos y que la Iglesia Católica
ha jugado un papel político importante en la historia de Polonia.
Grodzka fue
elegida para el Parlamento polaco en las elecciones de 2011 como miembro del
partido “El Movimiento de Palikot”, siendo la única parlamentaria transexual en
su país. Ha seguido el ejemplo de la neocelandesa Georgina Beyer y la italiana
Vladimir Luxuria, que también consiguieron ser votadas para un parlamento
nacional.
“Los votantes han demostrado que quieren una
Polonia moderna, abierta”, señalaba Grodzka tras obtener un escaño en el
Parlamento polaco (Sejm). Recientemente, se ha quedado a las puertas de ocupar
la Vicepresidencia de la Cámara Baja, lo que la hubiera convertido en la
política transexual con mayor rango del mundo.
Como se ha publicado en algún artículo,
¿alguien teme a Anna Grodzka?
Tal vez no sea cuestión de temor sino de
doble moralidad. Algo de lo que, precisamente, en España, pueden alardear
nuestras instituciones públicas o los miembros que las conforman.
La diputada transexual de Polonia ha sido
todo un ejemplo para otros países que “venden” sus políticas de igualdad por lo
que a derechos respecta sin tener en cuenta la orientación sexual. La imagen de Polonia ha cambiado gracias a su
activismo político llegando a ocupar un escaño en el Parlamento de un país con
amplia tradición católica. Y más mérito tiene si tenemos en cuenta que hace dos
años llegó a la Cámara Baja militando en un partido liberal-anticlerical.
Grodzka concurría, además, por un distrito de Cracovia a poca distancia del
lugar donde nació Juan Pablo II.
Aunque la doble moralidad se ha dejado
entrever ya que la propia Grodzka ha asegurado que “los ciudadanos de a pie acogieron bien desde el primer momento mi
candidatura, pero ha sido peor en ambientes políticos”.
Esos políticos que aceptan la diversidad, pero
en casa del vecino. Y no sólo se ha de aceptar en lo propio, sino que se ha de
formar parte activa en la lucha por las igualdades manteniéndose en la cabeza
de esa lucha. La solución no pasa por “dar una nota de color” al Parlamento,
como considerarían algunos, sino que Grodzka no tenga que demostrar más que sus
compañeros de lo que es capaz: de ocupar un escaño como diputada o dirigir un
país.
Tiempo al tiempo. Y mientras pasa el tiempo,
Anna Grodzka seguirá luchando por el reconocimiento de las personas LGTB. Pero
que el resto de sus señorías tengan claro que ellos también han de recorrer ese
camino, sean homosexuales o heterosexuales. Ya lo dijo en una ocasión: “si mi candidatura ha sido considerada una
provocación, me alegro. Mi objetivo ha sido luchar para que todas las personas
sean tratadas de manera igual”.
Esperemos que cuente con el apoyo de sus
compañeros y que sirva de ejemplo para otros países: se puede ser homosexual o
transexual y estar en primera línea del partido.